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Lingüística │De los orígenes de las lenguas

Mi oficio es la traducción y como traductor me apasionan los idiomas. De hecho, una de mis metas en la vida es dominar al menos siete idiomas.

Este gusto por las lenguas generó en mí una curiosidad insaciable por saber todo lo relacionado a ellas, e inevitablemente, también me condujo a algunos callejones sin salida, entre ellos, la incógnita del origen de los idiomas. 

Comparto a continuación el resumen de un aclarador artículo que escribí hace unos años que responde esta cuestión de manera convincente y bien fundamentada . Disfrútenlo.


De los orígenes de las lenguas
Por: Daltry Gárate Carrasco




Actualmente se enumeran 6.912 idiomas vivos (sin contar con los dialectos). Si reflexionamos en la fabulosa diversidad étnica y cultural humana, esta cantidad de idiomas bien se ve justificada.

Pero así como los humanos, todos estos idiomas deben haber tenido un origen en común, una raíz sobre la cual se hayan ido desarrollando, enriqueciendo y cambiando. 

Gracias a esta cuestión, muchos estudiosos a lo largo de los siglos han desarrollado interesantes teorías respecto al origen del lenguaje, y aunque muchas otras ciencias (como la arqueología y la antropología) han hecho significativos aportes en el rastreo de sendas lingüísticas comunes, ninguna de tales hipótesis ha podido esclarecer con buen fundamento, el origen (o los orígenes) del lenguaje. Ni siquiera la lingüística histórica, que se encarga de descubrir y describir cómo y por qué surgieron las lenguas, puede sugerir una hipótesis sólida para explicar el origen y la evolución del lenguaje.

Indagando en el asunto, me encontré con dos hipótesis fundamentales: la monogénesis y la poligénesis. La primera fue formulada en el siglo XVIII por el filósofo alemán Leibniz, que sugiere que todas las lenguas que existen y han existido proceden de una única protolengua. La poligénesis sugiere múltiples antepasados para las familias de lenguas en base a la idea de que el lenguaje humano surgió en distintas partes del mundo.

La actual imposibilidad de identificar una lengua fundamental común para cada una de las familias lingüísticas principales, y con mucha menos razón una para los miles de idiomas que se hablan, echa por tierra la hipótesis de la monogénesis. La mayoría de los idiomas difieren demasiado entre sí, tanto en sus sistemas fonéticos como en sus estructuras gramaticales.

La segunda teoría se basa en el concepto evolucionista de un inicio del lenguaje en la era de Neandertal, un primitivo sistema de gruñidos y rugidos que no mostró una significativa evolución lingüística sino hasta la aparición del Homo Sapiens. ¿Qué dicen la ciencia y la historia de esto? 

Pues bien, no hay prueba alguna de la existencia de lenguas primitivas que consistieran en gruñidos y rugidos. Los testimonios más antiguos de la lengua escrita, el único registro fósil de escritura con el que el hombre puede contar, datan de no más de 5.000 años y pertenecen a la cultura sumeria (las tablillas cuneiformes). Lejos de ser un idioma primitivo o rudimentario, el vocabulario, gramática y sintaxis del idioma sumerio no parecen tener relación con ninguna otra lengua conocida y destacan por su complejidad. A este respeto la Encyclopædia Britannica dice: “Los verbos sumerios, con sus [...] diversos prefijos, infijos y sufijos, son muy complicados”. Por su parte, un artículo publicado en la revista Science Illustrated (julio de 1948, pág. 63) observa: “Las formas más antiguas de los idiomas que hoy conocemos fueron mucho más difíciles que sus descendientes modernos [...], parece que el hombre no comenzó con un habla sencilla que progresivamente se hizo más compleja, sino, más bien, que se valió de un habla sumamente compleja en sus albores y con el tiempo la simplificó hasta las formas modernas”. 

Con toda esta información, descarté por completo la hipótesis de la poligénesis y nuevamente me vi en una encrucijada. Hasta que encontré los escritos del conocido lexicógrafo Ludwig Koehler sobre el origen del idioma: 

“En tiempos pasados ha habido mucha especulación en cuanto a cómo ‘llegó a existir’ el habla humana. Hubo escritores que se esforzaron por explorar el ‘lenguaje animal’, pues los animales también pueden expresar audiblemente mediante sonidos y grupos de sonidos sus impulsos y sensaciones y posiblemente muchas otras cosas. Prescindiendo de lo múltiples que sean estas expresiones [animales] [...], carecen de concepto e idea: ámbito inherente al lenguaje humano”. 

Después de mostrar cómo los hombres pueden explorar el aspecto fisiológico del habla humana, Koehler añade: “Pero se nos escapa qué es lo que realmente sucede en el habla, cómo enciende la chispa de la percepción el espíritu del niño, o de la humanidad en general, para llegar a ser la palabra hablada. El habla humana es un secreto; es un don divino, un milagro” (Journal of Semitic Studies, Manchester, 1956, pág. 11).

Un don divino, sí, esa llega a ser una explicación más coherente y sencilla, aunque se requiere cierto grado de humildad para aceptarla basándose no sólo en la fe, sino también en la lógica. Siendo así, profundicé más en la explicación religiosa del origen de los idiomas y me encontré con interesantísimos y contundentes detalles.

Sir Henry Rawlinson, filólogo orientalista, observó lo siguiente sobre el foco desde donde empezaron a esparcirse los lenguajes antiguos: “Si nos hubiésemos de guiar por la mera intersección de sendas lingüísticas, sin depender en absoluto de las referencias al registro de las Escrituras, aún se nos llevaría a fijar en las llanuras de Sinar el foco del que irradiaron las diferentes ramas [lingüísticas]”. (The Journal of the Royal Asiatic Society of Great Britain and Ireland, Londres, 1855, vol. 15, pág. 232.)

Es justamente en la llanura de Sinar (Mesopotamia), en donde el relato bíblico de Génesis menciona que una parte de la familia humana postdiluviana se unió en un proyecto contrario a la voluntad divina. En lugar de esparcirse y ‘llenar la tierra’, se propusieron centralizar la sociedad humana construyendo una torre de proporciones gigantescas y que habría de convertirse en un centro religioso. (Génesis 11:2-4)

El Dios Todopoderoso impidió que llevasen a cabo su presuntuoso proyecto, confundiendo su lengua, lo que imposibilitó que coordinaran el trabajo y los obligó a esparcirse por todas partes de la Tierra (Génesis 11:5-9). Sin embargo, el registro bíblico no dice que todos los idiomas descendieron o se ramificaron del hebreo, el idioma original; parece ser que cuando Jehová Dios confundió el lenguaje humano de manera milagrosa, no produjo dialectos del hebreo, sino varios idiomas completamente nuevos, con los que se podía expresar toda la gama de sentimientos y pensamientos humanos. 

En consecuencia, cuando Dios confundió el habla en Babel, es probable que primero borrara todo recuerdo del lenguaje común anterior, y luego no solo introdujera en la mente de aquellas personas nuevos vocabularios, sino que además cambiara sus patrones o procesos de pensamiento, y así diera lugar a gramáticas nuevas. 

Esto es particularmente interesante dado que sabemos muy bien que diferentes idiomas requieren diferentes patrones de pensamiento. Así lo afirmó Alexander von Humboldt, quien dijo que cada lengua tiene su propia forma interior y esa forma está en función de la visión del mundo que tengan sus hablantes. O podemos mencionar la gramática generativa de Noam Chomsky que nos dice que el lenguaje es una capacidad prefigurada genéticamente. Bien se explica entonces por qué le es difícil al estudiante de otro idioma ‘pensar en ese idioma’ o por qué al hacer una traducción literal esta pudiera parecer ilógica y carente de sentido.

A partir de Babel, diversos factores han contribuido históricamente al cambio en los idiomas: separación por distancia o barreras geográficas, guerras y conquistas, deterioro de las comunicaciones e inmigración de otros grupos lingüísticos. Debido a estos factores, las principales lenguas de la antigüedad se han fragmentado; algunas se han fusionado parcialmente con otras, mientras que otras lenguas han desaparecido por completo, reemplazadas por las de los pueblos conquistadores.

Como bien señaló Ludwig Koehler, de entre todas las criaturas de la Tierra solo el hombre tiene la facultad del habla, aunque él no dio origen al idioma, sino su Creador Omnisapiente, Jehová Dios. El lenguaje, por tanto, es una dádiva divina (Éxodo 4:11, 12) y el fascinante proceso de cambio que experimentan las lenguas demuestra la flexibilidad de este regalo.

* Si quieres leer el artículo completo puedes bajarlo aquí.


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